De Algaida a la Vegas pasando por la carretera de Manacor
La práctica estética del movimiento: andar, bailar o viajar impone una serie de relaciones entre cuerpo, espacio y desarrollo temporal. Francesco Careri, en su libro Walkscapes, defiende la teoría de que la arquitectura nació nómada, en el Neolítico, los menhires tenían una función en el camino de la trashumancia, formaban parte del paisaje no urbano y generaban un ritmo y recorido. En el hecho mismo de desplazarse se reconoce y experiencia el espacio, los menhires funcionaban al igual que los luminosos de las Vegas, o los castillos neo-medievales en la carretera de Algaida, a una escala cultural y arquitectónica, funcional y simbólica al mismo tiempo.
De la misma manera que publicistas y diseñadores utilizan símbolos y formas que se refuerzan mutuamente, en la comunicación destinada a ser recibida por un público en movimiento, como es el caso del tráfico rodado, en las arquitecturas que se encuentran en espacios de paso, ya sea carreteras locales o el Strip de las Vegas, tienen como objetivo atrapar la atención del trashumante contemporáneo, turista, que ya no se desplaza por cuestiones de necesidad, sino de placer. Provocar un alto en el camino depende de construir un relato del deseo persuasivo a la vez que directo y simplificado.
Denise Scott Brown y Robert Venturi, en Aprendiendo de todas las cosas, refiriéndose al análisis que realizaron del Strip de las Vegas, sostienen que es el ejemplo paradigmático de una nueva escala del paisaje, que contiene un mensaje comercial, la arquitectura de la comunicación, es también la de la expresión y persuasión. Entre carteles luminosos y arquitecturas con características y referentes icónicos, como el Hotel Aladin o el Caesars Palace de las Vegas, el símbolo domina el espacio. La arquitectura no es superficie, algunos de los rótulos de la carretera 66 tienen enormes dimensiones, que corresponden a edificios mucho más pequeños. En el caso de los castillos neo-medievales, su forma corresponde a una práctica estética, que encubre diversidad de funciones, restaurantes, fábricas de vidrio, comercios o postes eléctricos, que crearon una tendencia en la construcción del paisaje.
Las Vegas es la apoteosis de la ciudad del desierto, de la misma manera, la mayor densidad de castillos neo-medievales de Mallorca se encuentran en la parte más plana y árida de la isla, que en algún momento fue susceptible de ser terreno rural o de explotación agraria, pero esa economía se desplazó a la del monocultivo turístico.
Visitar las Vegas en los años setenta según Brown y Venturi era “como visitar Roma en los años cuarenta. Para los jóvenes americanos de esos años, familiarizados tan solo con la ciudad reticulada a escala de automóvil, y con las teorías anti urbanas de la anterior generación de arquitectos. Las Vegas es al Strip lo que Roma es a la Piazza.”
La eclosión de la construcción de castillos neo-medievales también fue a partir de los setenta, estos fueron pensados para ser experienciados a escala de tráfico rodado, para ese visitante nómada ávido de experiencias estimulantes, el punto de encuentro no era la plaza, sino el parking del castillo, oasis en la autovía.
En entornos urbanos, en la ciudad o pueblo tradicional, “las calles dieron abrigo y espacio a actividades urbanas como mercados al aire libre, terrazas de cafés y tertulias en las esquinas, sirvieron como canales de comunicación «compre jabón» o «gire a la derecha». Esos modelos cambiaron sobre todo según el modelo americano de los restaurantes drive-in y los rituales claramente formales, en los aparcamientos que los rodean.”
John Kenneth Galbraith, un liberal profano e influyente escribiría en un artículo publicado en la revista Life «Para el ciudadano medio hay hechos muy simples que indican cuando hemos pasado del encantamiento a la acción práctica en el medio ambiente. La restricción del uso del automóvil en ciudades podrá ser uno de ellos. Otro podrá ser la suspensión en las autopistas de anuncios, (…) casi la más inútil de nuestra civilización industrial.”
La restricción de uso de automóviles en ciudades es una práctica que cada vez vemos más extendida, también porque el diseño de nuestras ciudades, Palma, por ejemplo y en concreto, cada vez se plantea más como una ciudad más amable para el turista, paseante o crucerista despistado que para sus habitantes. En contexto de pandemia global -con limitaciones horarias y locales cerrados- la recuperación de los espacios públicos de ocio y encuentro se han convertido en un nuevo ejercicio de reconquista.
En cambio en autopistas se mantienen los rótulos, algunos de temporadas pasadas, que aún nadie se ha preocupado por actualizar. En las Vegas en muchos casos los rótulos sirven de fachada, lo que Brown y Venturi definen como «Edifi-anun-cio», “que produce un impacto mayor que el que producen las sutilezas de expresión que derivan de los elementos arquitectónicos puros. Espacio forma y estructura significan muy poco en los grandes espacios de aparcamiento que son los contextos de los edificios.”
Tanto en el contexto de los castillos neo-medievales, como en los accesos de las cuevas explotadas con fines turísticos el parking también es un espacio fundamental, de acceso y paso, estas infraestructuras son otra tentativa persuasoria para los cuerpos nómadas.
La experiencia del movimiento y el viaje con el objetivo de análisis fue el que incentivó a Venturi, Brown e Izenour a recorrer el Strip de Las Vegas en 1968 y de este estudio surgió «Learning from Vegas». Años más tarde, el 1986, Diego Santos, Carlos Canal y Juan Antonio Ramírez realizaron un recorrido por la N-340, la también conocida como autovía del Mediterráneo, en el cual analizaron arquitecturas fruto del desarrollismo turístico que se había dado en la Costa del Sol, este estudio dio lugar al libro y exposición «Estilo del Relax», en 2010 el libro y estudio se extendió en la publicación de «El relax ampliado», en el que colaboraron Pedro Marín Cots, Iñaki Perez de la Fuente y Maite Méndez Baiguez.
Antonio Montesinos, recupera este ejercicio trashumante, para en 2020 emular el viaje realizado por Diego Santos, Carlos Canal y Juan Antonio Ramírez, y recorre de nuevo la N-340 desarrollando un nuevo análisis, poniendo foco en como la actividad turística ha marcado profundamente la Costa del Sol, no solo el territorio y las estructuras socio-económicas, sino también la identidad de sus habitantes, como es su caso.
A partir del recorrido y el encuentro de arquitecturas y símbolos estos autores hacen del movimiento una práctica estética. Resignificando y retomando la herencia de los menhires, los objetos o arquitecturas más sencillas y más densos de significado de la edad de piedra y los pastores, cuerpos nómadas y habitantes temporales del territorio.
El levantamiento de los menhires constituye la primera acción humana de transformación física del paisaje, pero el paisaje también se ha construido desde prácticas artísticas del análisis a través del recorrido. Desde el ejercicio Dada de los Anti-Walks, una serie de “visitas-excursiones” organizadas por los artistas señoros (Jean Crotti, Georges D’Esparbès, André Breton, Georges Rigaud, Paul Eluard, Georges Piremont-Dessaignes, Benjamin Pérert, Théodore Frankel, Louis Aragon, Tristan Tzara i Philippe Soupault) en París en 1921 por los lugares más banales de la ciudad, que supuso la primera vez en que el arte rechaza los lugares reputados con el fin de reconquistar el espacio urbano, al vagabundeo dadaísta en campo abierto, en 1924.
A principios de los años cincuenta, la Internacional Letrista, en respuesta al deambular, empieza a construir la Teoría de la deriva, que en 1956 en Alba, entrará en contacto con el universo nómada. En 1957 el colectivo se convierte en la Internacional Situacionista y asume el acto de perderse como un medio estético-político a través del cual subvertir el sistema capitalista de postguerra.
En 1966 aparece en la revista Artforum el relato del viaje de Tony Smith por una autopista en construcción. Este texto dio origen a una polémica entre los críticos modernos y los artistas minimalistas. Dando paso al LandArt, movimiento en el que algunos escultores empiezan a explorar el tema del recorrido, primero como objeto, más tarde como experiencia.
Las performances en las que el cuerpo se inscribe en el territorio de Ana Mendieta o Fina Miralles fueron otros exponentes en que la presencia e interacción de la artista en el espacio podía dar nuevos significados a la práctica estética.
El land art revisita a través del andar los orígenes arcaicos del paisajismo, la acción reivindica la mirada y el cuerpo como generador de sentido. Francesco Careri, en sus “Transurbancias” llevadas a cabo por el colectivo Stalker a partir de 1995 en algunas ciudades europeas retoman ese ejercicio para resignificar espacios comunes.
Recorrer la carretera de Manacor, puede ser también una experiencia estética cargada de discurso, mi proyecto trata de resignificar el fenómeno neo-medieval y el impacto que el desarrollismo turístico tuvo en la construcción de nuestro paisaje y narrativa. Un castillo lleva años en venta.